Indiscutiblemente, Transversales, el encuentro convocado anualmente por Alicia Laguna y Jorge Vargas, se ha convertido en la corriente más fresca para la ventilación de nuestra vida escénica. La lista de creadores y grupos que han pasado por el antaño Encuentro Internacional de Teatro del Cuerpo es ya muy generosa y, a últimas fechas, incluye la presencia en México de figuras fundamentales de la escena mundial que los festivales oficiales (Cervantino y como se llame este año el del Centro Histórico) dejan de lado a pesar de sus amplios presupuestos (a este respecto, puede leerse la entrevista que hace Antonio Castro a Alicia en Letras Libres).
Una de estas figuras fundamentales es sin duda el colectivo Rimini Protokoll, una asociación cuyos orígenes están en un programa universitario alemán de principios de los años ochenta que giraba en torno a la pregunta sobre el lugar del teatro en el mundo actual, en la so calledSociedad del espectáculo. Se trata de una de los más radicales y brillantes ejemplos de un teatro que –como lo explica Hans-Thies Lehman- renuncia a la condición intraescénica (la representación de obras dramáticas) para acentuar la comunicación del eje escena-espectador, el auténtico significado del teatron.
Y no sólo eso, sino que con admirable frecuencia, sus proyectos implican desplazamientos que otorgan a algunos invitados (los especialistas) o definitivamente al espectador la posibilidad de articular sus propios discursos, o resultan un juego invertido entre los polos mundo y teatro que termina por iluminar a ambos.
En este sentido, los integrantes de Rimini Protokoll asumen al teatro como un lugar social por excelencia y a sus espectadores como un azaroso y legítimo microcosmos. Proceso semejante a la representación porcentual de la demografía de una ciudad que emprenden en su proyecto100 por ciento Berlín; es decir, una reducción que intensifica la percepción de los fenómenos sociales justo a contracorriente de la disolución resultante de los excesos informativos de los medios. Y lo que es más interesante, ¡con frecuencia utilizando sus propios métodos y técnicas!
Tal es el caso del trabajo presentado en México, Best Before (¡un videogame!) y de una creación que en lo personal –y a pesar de no haber participado en ella- me parece extraordinaria: Call Cutta in a Box. Como el lector puede verlo en la página del colectivo, o en varias reseñas que circulan en la red, la experiencia implica el uso de medios propios de la tan temida globalización (una llamada desde un call center en India) para provocar en el solitario participante los efectos que produjo el auténtico teatro en todos los tiempos.
La relación de intimidad que se establece con un interlocutor a veinte mil kilómetros de distancia contrasta con la ignorancia o indiferencia que el “espectador” puede tener con respecto a alguien sentado a su lado.
Esta percepción distinta de sí mismo y de su entorno se logra –a decir de quienes han participado de esta experiencia, en todo el sentido del término- a pesar de la presencia mediada del operador del call center y en absoluta soledad; es decir, que dos de los elementos esenciales en la definición básica del teatro quedarían hechos pedazos. Pero como ya sugería Brecht, “si alguien no quiere llamar a esto teatro, que lo llamen taetro o como les de la gana”.
Me temo, sin embargo, que el proyecto elegido para su presentación en México no haya sido tan buena elección. El dispositivo escénico de Best Before no deja de ser atractivo y la idea de conformar una sociedad por medio de nuestras perpetuas tomas de decisión, no deja de ser admirable. Como resulta sumamente divertido –y aleccionador- observar el comportamiento de ese microcosmos mexicano en la conformación de una sociedad ideal. Pero el juego, tanto como los “especialistas” que lo conducen y complementan –incluido un mexicano cuya prolongada estancia en Vancouver no le permitía ya entender las contradicciones de los electores locales-, corresponden a una sociedad muy diferente a la nuestra, a condiciones de vida diametralmente opuestas.
Nuevamente es Lehman quien señala el desplazamiento en el teatro (postdramático, insiste él en llamarlo) de los grandes conflictos políticos y la provocación como intento de cambiar el mundo, hacia la experimentación intensificada de esos pequeños momentos que transcurren desapercibidos en una vida anestesiada por las comodidades y experimentada como simple rutina. Pero esto sucede en sociedades, como la alemana o la canadiense de donde deriva el proyecto, que parecen haber resuelto los conflictos básicos de convivencia. Así, la decisión de legalizar la cocaína, a la que se enfrenta el público, tiene connotaciones radicalmente opuestas en un contexto de potenciales consumidores que en uno desgarrado por la violencia que desata su prohibición. Como el testimonio de una especialista que ha decidido por vocación ser asistente de tráfico (banderera) resulta casi ridículo en el contexto donde una construcción que invade la vía pública implica una oportunidad más de estar “a las vivas” (el opuesto de la rutina) si no se quiere morir atropellado. Ni hablar del porcentaje de personas que en México pueden pensar en vivir dignamente de una pensión para el retiro.
Muchas más probabilidades de no sólo divertir sino estremecer al espectador mexicano pudo tener un proyecto (imposible ya hablar de obras) como Soko Sao Paolo, realizado por Stephan Kaegi y Lola Arias en Brasil, en torno a la presencia, las prácticas y las mentalidades policíacas. Aunque lo ideal, desde luego, sería la realización de un proyecto específico para nuestro país. Elevemos al Goethe Institute nuestras plegarias.
Gran falta nos harían algunos ejemplos de cómo romper las desgastadas dinámicas de nuestra escena, de cómo establecer con los probables interlocutores unas relaciones -como en el caso de Rimini- que conduzcan a compartir una experiencia en lugar de escuchar domesticados desde la expectante butaca los magníficos discursos del director de escena o –en nuestro caso- deleitar la vista con las magníficas imágenes propuestas por el escenógrafo.
Ejemplos de un teatro entendido como un dispositivo para que el interlocutor realice un ejercicio de autointerrogación e, idealmente, de conciencia frente a los asuntos públicos, dispositivos que no eluden sino incentivan sus impredecibles aportaciones y propician auténticos acontecimientos que refuerzan la vida emocional de sus participantes.
Rodolfo Obregón
Fotografías de Luz Adriana Obregón: Un teatron actual en Chelsea, NY.
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