viernes, 8 de octubre de 2010

Los críticos de la crítica (I de II)




El día que la mataron

Rosa estaba de suerte

Popular


El lugar común, cuando se habla de la crítica teatral en México, es la afirmación que autoafirma: “no existe”. Y con eso los hacedores de teatro creen que se liberan de la necesidad de ejercerla. Ignoran, en primer lugar, una tradición que se remonta a Gutiérrez Nájera, Rodolfo Usigli o Xavier Villaurrutia, pero incluye también a críticos como Antonio Magaña-Esquivel, Jorge Ibargüengoitia o Esther Seligsson, entre muchos otros; y confunden el ejercicio de hacer una breve reseña los domingos para un periódico o revista con la ineludible necesidad de “examinar las razones que un teatro –o cierta idea del teatro- otorga a su existencia”.

Desde luego, la cuestión de las relaciones entre crítica y creación ya había sido zanjada por Baudelaire al afirmar que así como sería un “prodigio” que un crítico se convirtiera en poeta, “es imposible que un poeta no contenga a un crítico”. Quizás por eso es que nuestro teatro carece de poetas, porque sus hacedores son, por lo regular, muy pobres críticos.


Unos cuantos ejemplos y algunas perlas

Al presentar un libro que reune buena parte de la crítica y los ensayos de Antonio Magaña-Esquivel, Fernando de Ita afirma: “... en cuanto Dios crea al mundo, crea también al demonio de la crítica; es decir, la conciencia de la creación. De ahí su vocación y su desprestigio original: criticar a Dios, esto es, al creador, es el principio y el fin de la crítica, en el sentido literal, material, espiritual, convencional y revolucionario de la palabra. Si el creador no hubiera creado, en su divina contradicción, al vigilante de su fatuidad, no sería Dios, el ser más pulcro del universo”.

Desde la soberbia de ese dios imperfecto implícito en la afirmación que De Ita hace siguiendo una metáfora propuesta por el propio Magaña Esquivel respecto a las relaciones entre “el día del juicio y el día de la creación”, Jorge Ballina, Philippe Amand, Mónica Raya y otros diseñadores escénicos, critican a sus críticos (Paso de Gato núm. 30, “Los escenógrafos ante la crítica”), de una manera muy elemental: “no saben de valores plásticos e historia del arte”, “cuáles son los referentes del diseño”. Sólo Ballina menciona el sentido dramático y, sobre todo, de una manera demasiado tímida, la experiencia del espectador, ese elemento fundamental al que la escenografía debería contribuir y que el crítico prolonga e idealmente profundiza.

Lejos de ello, y a fuer de obtener premios otorgados por jurados que no vieron las obras, la hipertrofia del diseño escénico de estos dioses poco pulcros ha terminado por sepultar toda experiencia escénica y forjar un pensamiento que Roland Barthes ya había calificado hace cincuenta años como una “patología”. Pensamiento que se expresa en esta joya anónima que antecedía a la exposición Proyectos mexicanos para la WSD (XXX MNT, 2009): “La selección de 8 escenógrafos, vestuaristas e iluminadores mexicanos entre los mejores del mundo, eleva la creación escénica de nuestro país a categoría de Arte. La creación escénica se torna entonces en un arte por sí mismo, adquiere vida propia, más allá de ser un vehículo para la difusión de un discurso”.

Todo en este texto es anacrónico: su ignorancia de los diseñadores escénicos mexicanos de otras generaciones, su mentalidad colonizada, su concepción “plástica” de la escenografía, y hasta el hecho de escribir arte con mayúscula.


Fotos: Luz Adriana Obregón


Demasiada fatuidad que por supuesto impide ver a la crítica –siguiendo a Magaña-Esquivel- como un mal necesario fomentado por la ausencia de autocrítica, de una capacidad de lectura de los fenómenos y las obras producidas. La crítica es ante todo una actitud y una disposición permanente a poner(se) en duda.

Un ejemplo de la ausencia de esta disposición nos lo ofrece la siguiente anécdota: cuando una crítica uruguaya de visita en México me preguntó “¿qué tal ese Woyzeck (de Agustín Meza), yo le respondí “muy bonito” y ella pegó un grito “¿cómo puede ser un Woyzeck bonito?”. Al contar esto a un colega cercano a la producción, éste me comentó: “Todo el mundo le dice a Agustín lo mismo. Pero él cree que lo están halagando.”

No es de extrañar entonces que un ejercicio estricto de la crítica por un tercero cree cerrazón y hasta resentimientos. Situación que se ve agravada porque la mayor parte de los creadores ignora que el crítico a su vez ejerce bajo la esfera de la justicia divina y que no es en absoluto impune: “él juzga la obra, pero el público también lo hace y de paso, juzga al crítico.”*

Rodolfo

*Hecho que se verifica ya en las publicaciones electrónicas –como ésta- donde la cadena de juicios críticos puede conducir al vértigo. Y siendo coherentes con ello, mucho agradeceremos tus comentarios a este y otros artículos de La isla de Próspero.

1 comentario:

  1. Los pareceres de nuestros próceres, me recordaron una rolita muy sentida.

    "...No te aferres.. ya no te aferres... a un imposible... ya no te hagas... ni me hagas más daño... ya no"


    (les dejo el video, para la tonada)
    http://www.youtube.com/watch?v=rDJLD3ZjXzw&feature=related


    Abrazos por esta refelxión.

    Gabino Rodríguez.

    ResponderEliminar