martes, 30 de marzo de 2010

una nueva visibilidad 1: aprender a mirar















aprender a ver abismos

allí donde hay lugares comunes

karl kraus


es clara, desde su fiat lux, la empresa de teatro OJO: aprender a mirar en compañía. que no enseñar a mirar, pues quién se sentiría tan pagado de sí como para pretender la posesión de algo que no es personal. para este colectivo de andantes, abrir los ojos significa, a la vez, dejarse abrir por lo que es mirado. algo más que un feedback con lo que se ve: lo que miro me abre a otras miradas y, más allá, a otras formas de andar, de vagabundear, de pararme frente a las cosas del mundo.

era clara la intención desde aquella salome de wilde, a la que le cortaron la cabeza para mejor mirarla entre el vértigo de los espejos encontrados; era soberanamente clara la intención en el montaje del laboratorio del doctor farabeuf, en su “...”, una verdadera disección del mirar con toda la crueldad y la maravilla que tendríamos al meterle el escalpelo a una rebanada de luz.



y después, teatro OJO se salió de los teatros para mirarte mejor. hicieron, por ejemplo, esa genial arqueología política que involucraba arquitectura e historia que se llamó visitas guiadas, donde a través de un viaje a los restos del antiguo edificio de la secretaría de relaciones exteriores en tlatelolco, el espectador, el invitado a mirar, leía -como allí en el poso del café, aquí en los detritus del priísmo- historias personales, esperanzas de asilo, recuerdos de guerras, viajes frustrados, matanzas que fueron basamentos de otras matazonas, filas burocráticas, pornografía bilingüe y otros retazos que conformaban fragmentos de un tiempo que pide a gritos un nuevo montaje para entenderlo mejor.



más tarde -entre otras empresas, como deambular acerca de la memoria del 68- teatro OJO se metió en el museo a generar otro dispositivo guiado: se trataba de deambular a través de la instalación del artista brasileño cildo meirles, “desvío al rojo”, de manera que la mirada fuera despertada de nuevo en medio del gran impacto sensorial de un cuarto armado con utensilios de un solo color. aquí el proyecto sucedía en toda su magnitud, el espectador era acompañado por un niño guía ciego ante quien y con quien había que componer de nuevo todo lo visto, de manera que los objetos eran no sólo mirados a detalle sino que en muchas ocasiones, como en mi caso, los objetos fueron hinchados de memoria. pues era casi imposible, al pasar de la mirada a la palabra y de allí al oído, no volver a conectar las relaciones, entre, digamos, una pecera y mi adolescencia, un tocadiscos y las espinillas o entre el sonido del agua cayendo y las tardes de verano con olor a melancolía.

así, en cada caso, se ha intentado -primero desde una toma de posición hacia lo que se considera un evento teatral y luego por ímpetu propio-, rescatar la experiencia por encima del reconocimiento. pues de ninguna manera se trata de mirarnos en un espejo en el que confirmamos nuestra presencia, se trata más bien de ofrecernos nuestro propio reflejo por partes, y desde imágenes donde nuestros órganos no armonizan sino, por el contrario, funcionan gracias a una tensión generada por sus diferencias. espejo trizado que nos devuelve incompletos e irrescatables. pero experiencia, al fin, que nos deja ver “como en un fulgor” (benjamin) la verdad del acontecimiento. verdad, es cierto, tan inconfesable como llevar un “nombre en la punta de la lengua” (quignard).

rubén

(fotos tomadas del blog de teatro ojo)



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