a finales de enero, un día después del más reciente escandalito provocado por nuestro decimonónico agujero de recursos públicos llamado cnt, un periodista de el economista me llamó hasta san luis potosí para encuestar mis impresiones. supuse que el interés era serio, pues se estaba gastando dinero para una larga distancia que duró media hora. en la entrevista el profesional de los medios me solicitaba en calidad de “experto en el asunto de la cnt” para poner más leña en el fuego de la polémica. odio las polémicas e hice lo posible por evitar el tono talk show que parece imponerse también en las notas culturales, e intenté una aproximación menos inmediata: dije que varias personas ya habíamos pronosticado el que asuntos de irregularidad institucional y estética eran muy posibles desde la nueva conformación de la compañía y repetí que el “caso” no era ni el primero ni sería el último. repetí también los argumentos de tal pronóstico.
asimismo, puntualicé que no me era posible decir si lo que la productora en queja decía era cierto o no, pues aunque las condiciones administrativas de la cnt se prestaban para darle a ella la razón, no tenía sentido convertirnos en un tribunal: ella hacía la denuncia, la autoridades tenían que investigar y proceder. esto último lo dije aún sabiendo que, como ha sucedido, “las autoridades” no investigarían y también con conocimiento de la (otra vez) absurda y penosa respuesta del director de la compañía en la que, no sólo no reconocía la irregularidad de la institución sino que además (para variar) llevaba todo al terreno de las conspiraciones que tan bien le viene a su vena manipuladora.
el caso es que en algún momento, sin hilo para tejer un chisme el hombre comenzó a hacerme preguntas de ministerio público sobre los antecedentes del asunto: que cuándo había yo notado las malas prácticas, que si tenía a la mano el nombre de la obra donde se manifestaba el nepotismo antes denunciado... paré en seco la interrogación y volví a una pregunta inicial acerca de las partes en conflicto: las instituciones, los artistas y por supuesto, la prensa cultural. pues no soy el único, comenté, que cree que en este caso el rol del “cuarto poder” ha sido igual de vergonzoso que la actuación institucional. la prensa ha respondido únicamente ante la contingencia sin importarle ni un segundo cumplir con profesionalismo, pues un asunto así merecería una investigación y un seguimiento; pero por lo visto aquellos tiempos de periodismo cultural sustancioso han quedado lejos. estaban, comenté, poniendo un tema cultural al nivel insulso del tipo llamado kalimba. y no sólo eso, sumé, en el asunto denunciado sospechábamos ya de ciertas prácticas del periodismo, tanto así que ni siquiera se nos había ocurrido mandarle el comunicado a ese periódico que es un “oasis en tiempos de neoliberalismo” (sheridan dixit) porque nos temíamos una reacción como la que después tendría esa revista que, por lo visto, es selectiva también en los que procesa. entre los medios a que habíamos enviado el comunicado estaba proceso, de donde la reportera columba vértiz habló con uno de nosotros y quien, al día siguiente, se hizo la desentendida. resultado: en el mismísimo reducto de la rebelión, una causa había sido esquivada. no nos queda sino suponer que el amiguismo tan repudiado por la revista impera sin embargo en sus propias páginas.
así, le dije finalmente al repotero que por supuesto no publicó nunca la nota, quisiera solamente pedir que no se pase por alto una aclaración: a fin de cuentas, si unos cuantos denunciamos lo que nos parece irregular y nos documentamos para ello, no es por ninguna revancha ni animadversión personal; el asunto es menos local, pues el país está hecho un desastre institucional y queremos hacernos responsables por el espacio en el que podemos incidir. no se trata del teatro, sino del país que en que quisieramos vivir y compartir.
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