martes, 8 de marzo de 2011

ludwik margules (1933-2006)










margules dirigiendo manuscrito hallado en zaragoza
foto: ricardo vinós

1.

la aparición de una nueva obra de arte o incluso de un nuevo territorio artístico pudieran parecer meramente anecdóticos; no obstante, con la intromisión irreversible de la red digital en nuestras vidas, nos damos cuenta de cómo la emergencia de un nuevo género artístico representa toda una extensión de nuestras capacidades de afectar y ser afectado. nuevos territorios existenciales y sensibles son puestos a prueba en cada paso del arte. es en este sentido que, insisto, la espesura que fue tomando la dirección de escena en la modernidad debe ser vista menos como una página de una aburrida historia del teatro y más como el espacio de batalla de una sensibilidad que intentaba volcar las transformaciones de la episteme de su tiempo en la materia escénica. las fantasmagorías metafísicas de artaud o las embriagueces partidistas de brecht marcan dos polos de una manera de pensar al mundo y posibilidades de vida que no serían posibles sin la inquietud de la escena por mirarse a sí misma y criticarse y, así, criticar al mundo y proponerle campos de existencia inéditos. muchas veces stanislavski y grotowski resultan mucho más útiles para la comprensión del comportamiento humano que las aproximaciones de freud o lacan; lo mismo en el campo antropológico, como lo demuestran las aproximaciones de turner y schechener al respecto de los actos performativos.

y sí, a través del teatro de una nación moderna se puede tomar su temperatura y generar un diagnóstico crítico-clínico. por ejemplo, mucho se puede saber de la historia de este país al poner la mirada en aquella generación de artistas que se interesaron por consolidar la dirección de escena como un hecho cabal en la producción artística del medio siglo mexicano. una generación a la que le tocó en buena hora capitalizar aquello que los historiadores llaman el milagro económico mexicano. alguna vez hubo recursos y voluntad para llevar al país a la modernidad, cualquier cosa que eso fuera, y los gobiernos encargados de administrar la abundancia, extrañamente, contemplaban la cultura como un bien preciado… y manipulable. asimismo, la fatalidad de la guerra europea por la administración del capital había dejado en las playas del país nuevos acentos, nuevas miradas; riquezas.

se trataba de ajustar al país con el reloj de los avances del progreso –cualquier cosa que esto fuera, y justamente, lo que hicieron aquellos directores fue, en palabras de fernando de ita, “poner al día” al teatro mexicano con el teatro del mundo. y se hizo desde la escena y desde la institución. y al primer intento de la generación de contemporáneos, más escritores que profesionales de la escena, de fundar escuelas y espacios artísticos desde bellas artes, prosiguió el intento de la siguiente generación desde la universidad nacional.

en aquellos años, cincuenta y sesenta del siglo veinte, “convivían novo con wagner, con sus composiciones formales y superficialidad teatral con seki sano, que era la profundidad misma y la fuerza del conflicto. al lado de ellos el grupo heredero de poesía en voz alta de octavio paz y juan soriano, el teatro del seguro social, el teatro de bellas artes, convencionales pero por lo menos constituían un punto de referencia para todo teatro independiente que tenía en el estado a un buen enemigo teatral” (ludwik margules, memorias).

pero la batalla no se haría sin raspones, allí estaban los dramaturgos que no perderían tan fácilmente sus privilegios y menos en un país tan dado a la palabrería, pero ante todo estaba la rebatinga propia; las administraciones de espacios, recursos y pedagogías en que a la fiebre de los sesenta sobrevendría la institucionalización setentera detenida bruscamente por la realidad mundial que se reflejaría en la crisis de 1982.

2.

es en este contexto que puedo entender las dimensiones de un artista como ludwik margules. digamos que se me aparece en la memoria histórica como aquello que freud llamaba unheimlich, siniestro, ominoso, pero ante todo aquello que sin dejar de ser familiar es completamente extraño. un personaje que en su decir traía la mejor herencia del idioma español pero con acento diferente; actor de los hábitos dictatoriales de sus camaradas, pero a la vez ávido de someter a la escena a una experimentación política; con una metodología actoral donde “las vividuras” de los actores, más que apoyar su identificación, eran vueltas en su contra para extraer potencia escénica; un pedagogo implacable e incómodo que sometía a sus alumnos a la prueba militar de la sobrevivencia en el campo de batalla.

había en margules una vida que bien podía afirmarse como en la frase de su adversario político e inspiración artística heiner müller: “creo en el conflicto, no creo en nada más”, pero capaz de proponer a la vez que, sin embargo, andaba en pos de un gramo de metafísica. una diaria batalla contra sí mismo.

margules dirigiendo cuarteto, con laura almela y álvaro guerrero
foto de josé jorge carreón

3.

“este oficio sin memoria” es una frase suya que está como apostilla al primer curso de dirección que tomé con él. y, en efecto, es sorprendente la manera en la que el teatro de este país hace labores de olvido en aras de privilegios políticos.

a mi lado, por ejemplo, descansa el original de un libro acerca del teatro de ahora –del que nos ocuparemos pronto en este espacio-, precursores de una mirada política y escénica echada a perder y desvanecida por rencillas institucionales. de manera que la memoria de margules me parece indispensable como nunca, ahora que su presencia falta para fustigarnos en nuestras blandengeces morales. y me acuerdo que hace casi veinte años, margules predijo el avance del teatro light y la extinción del rigor en la escena por parte de los directores, y recuerdo también su frustración por no poder echar a andar una carrera decente de dirección teatral.

supongo que sin sorprenderse, ahora, podría sonreír con su sorna habitual al mirar cómo el teatro ha sido tomado por la producción bajo el pretexto de la tiranía del público; entonces, daría un par de sorbos a su pipa, y después de mirar a algunos de sus alumnos transar con la fórmula de “un par de figuras de la pantalla y un equipo artístico”, ante nuestro escándalo soltaría una carcajada al tiempo de su famosa frase “¿qué?, ¿te creíste en londres?”.


rubén

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