Mi blogmate ha descrito ya las taras genéticas con que nace el famoso artículo 226 bis que ahora sirve a algunos para recorrer la patria predicando sus bondades. No creo –como apunta él- que exista perversidad o mala intención en quienes aprobaron su redacción definitiva; más bien apoyo su primera hipótesis: mera ignorancia.
Y es que, como hemos citado aquí, la fuerza de la tradición termina por imponer su terminología como si se tratara de normas estéticas. Los redactores no se han enterado de la existencia de algo que un famoso teórico –a quien pertenece la cita- denomina un teatro pos(t)dramático. En marzo de este año debió aparecer la versión en español, según la puntual reseña de José Antonio Sánchez -otro autor que los redactores deberían conocer-, del libro donde se desarrolla este concepto y donde se enlistan sus ejemplos.
Como señala José Antonio, las nuevas categorías que este texto introduce -muchas de las cuales tienen claros antecedentes en la tradición vanguardista y renovadora tanto de la escena como de las artes visuales- permitirían abrir los modelos de producción imperantes diseñados siempre bajo el signo del concepto puesta en escena, un término con sus propias implicaciones estéticas y políticas que hemos comentado de forma suficiente.
Importante será observar cómo se traducen estas nuevas categorías a nuestra lengua donde no existen equivalentes exactos para términos esenciales como performance o performer ni una claridad absoluta en esa distinción que recorre el libro y para la cual existen términos muy precisos en su lengua originaria: Vorstellung (representación) y Darstellung (la comparecencia de la cosa misma, su presentación).
Importante también será saber si el libro cuenta con una introducción que plantee un panorama de las manifestaciones escénicas que en el ámbito regido por la lengua castellana podrían ser entendidas o criticadas con estas nuevas herramientas conceptuales, tal y como lo hace el magnífico prefacio de la traducción inglesa (la que yo conozco). Si no, habrá que hacerlo.
Pero volvamos al artículo 226 bis, donde el daño ya está hecho. Una bien intencionada actriz y diputada fue la promotora de esta iniciativa (226) que aplica (bis) al teatro una ley que en el área cinematográfica dicen ha impulsado sensiblemente la producción pero cuyos beneficios exigen recorrer un camino bastante tortuoso y para el cual “sólo unos cuantos tienen la llave”, según el decir de un distinguido miembro del medio. (Por cierto, ¿no debería ser el FONCA la institución encargada de facilitar la llave a creadores y productores que no tienen por qué dominar los mecanismos fiscales? Hasta donde entiendo, para eso servían sus subfondos).
En fin, el camino del infierno está lleno de buenas intenciones y como de costumbre, nuestras leyes van siempre tarde en relación al desarrollo del mundo y las necesidades locales. En todos los terrenos de la actividad humana, paliativos y parches for ever.
Sírvanos pues el no muy digno consuelo de un mal que aqueja a muchos, como puede servirnos de consuelo el constatar el estado del arte y la industria cinematográficos. Y es que hace unas semanas se me ocurrió –por ocioso- ver unos minutos de la ceremonia de entrega de los premios Ariel celebrada en el palacio de Bellas Artes y transmitida por el canal 22.
El programa ya estaba bien empezado (al ham du lila) y el espacio elegido no pudo resultar –una vez más- mejor: el símbolo, como demuestran los escándalos y el fetichismo despertados por su restauración, de un país que insiste en creerse de primer mundo mientras resbala aceleradamente hacia el quinto.
Ahí, en una ceremonia que aspira al Óscar, un entreteiner de sexta intentaba ser gracioso repitiendo el mismo chiste, la misma frase, cada vez con menos gracia o forzando a sus invitados en supuestas situaciones improvisadas. Como espectador alejado de “los que hacemos el cine mexicano”, uno podía notar, sin necesidad de acudir a esa frase que se repetía tanto como los chistes, la endogamia que predomina en el gremio (“mi compadre Diego”, decía el gordo entreteiner para resaltar su condición de ungido), la falta de imaginación para conformar los elencos (los mismos nombres de siempre) y los estereotipos impuestos a los actores ( como “la encarnación del mal” se presentó a Gustavo Sánchez Parra, que ya se fregó y nunca hará un papel bonito); su chauvinismo trasnochado (la Academia se dio el lujo de nominar a Bardem para que perdiera frente a un actor mexicano), sus confusiones estéticas (una aguerrida señora oaxaqueña ganó un premio de actuación compitiendo, entre otras, con una actriz como Karina Gidi); pero, sobre todo, el aislamiento en que ese medio vive, su distancia infinita del contexto en que trabajan y en el que pretenden exhibir sus creaciones (ahora sí que se quedaron atrapados en las imágenes que les ofrece la pantalla o que no se bajan de la alfombra roja que les tienden los festivales).
Y sin embargo, entre broma y broma, no cesaron los comentarios a “la violencia” y “la situación que todos vivimos en México” y no hubo actor o actriz (que también sueñan con ser parte del primer mundo y cambiar el premio por un Óscar) que no imitara a sus colegas gringos y añadiera una melodramática nota nacional al “no más sangre”.
¿Y luego? Pues premiaron ampliamente a una película (El infierno) que al parecer saca raja de esa sangre y de “la situación que todos vivimos en México”.
Yo no he visto ninguna de las cintas nominadas o premiadas (ni ganas me quedaron después de esto), pero la ceremonia también habla. Y me queda claro –para justificar aquí el largo comentario sobre el libro de Lehman- que lo político no está en los temas que el cine o cualquier otra manifestación (artística o no) aborda, sino en la forma en que logra se perciba.
Y en los chistes imbéciles sobre la violencia en el cine (“qué pasaría si nos espiaran en la producción y oyeran: ‘quiero más sangre’, ‘Damián, mátalo con más saña’”, o estupideces por el estilo), se percibe la banalidad del guionista y los organizadores de la ceremonia, la nula responsabilidad del actor que los pronuncia y la dudosa ética política de tanto cineasta “comprometido” que no dejó de festejarlos.
Pero la cereza del lamentable pastel se la guardaron, como dios manda, para el último. “Frente a esta situación de violencia que todos vivimos, ¿qué decimos nosotros, como responde el cine?” Y sacaron dos cañoncitos, que se les atoraron en el escenario renovado de Bellas Artes, y dispararon al unísono llenando la sala de blancos pedacitos de papel picado.
¿De verdad esa es la lectura de la realidad de “quienes hacemos el cine mexicano”? ¿Hasta ahí llega el entendimiento –la célebre fábrica de sueños- de su oficio e idealmente su arte? ¿No son capaces de imaginar una respuesta medianamente compleja?
Un gremio así no salva al cine ni con leyes suecas.
R.O.
Nomás cuidado con la gastritis. :)
ResponderEliminarYo sí cometí el error de empezar a ver "El infierno". No la había visto antes porque pensé que me iba a revelar algo terrible sobre la situación del país. Y sí, lo hizo, pero de manera accidental, y sobre todo me reveló la situación de quienes piensan que sí piensan. De verdad terrible, tristísimo. La dejé a los 30 minutos. Todavía no me recupero del susto.
Sin embargo, por supuesto que tenemos un cine y un teatro comprometidos, sólo que en un sentido muy muy distante al que quisieran sus creadores, mucho más cercano a la definición de la RAE.
Saludos distanciados.
Maestro, me interesa saber acerca de la edición al español de la cual comentas, supongo que es la del libro de hans thies....del teatro postdramático, cuando sale y bajo que editorial?
ResponderEliminarReciba un caluroso saludo.
En efecto, mi querido doctor. He preguntado a José Sánchez si sabe algo.
ResponderEliminarTe aviso.
María: en efecto, los comprometidos están en apuros. ¿Qué te parece un actor que marcha contra la violencia, se suma al no más sangre y luego protagoniza una serie fascistoide de exaltación de la policía mexicana?
Gracias maestro, recibe un abrazo.
ResponderEliminarMaestro Obregón, ¡pero es que están representando a los nuevos héroes de la patria! Yo también diría algo de todos los demás que "tienen que hacer una ("inofensiva") telenovela para poder pagar la renta" (cita genérica), en cuyo caso se justifica... todo.
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