Querido Rubén,
leí con atención tu respuesta a mi nota. Hay infinidad temas sobre los que se impone reflexionar, que el tiempo no alcanza. De ninguna manera imaginé que mi nota podría convertirse en un pronunciamiento en busca de firmantes, ni pasó por mi mente que provocara adhesiones incondicionales. Agradezco por lo tanto tu respuesta crítica.
Atinada encuentro la referencia que haces respecto de que aquellos que detentan el poder sólo administran relaciones que ya están allí. Esa es precisamente la razón que me ha llevado a invitar a la comunidad teatral a considerar la inconveniencia de permanecer inmóviles frente al baño de sangre que ha provocado la política de “seguridad” durante este sexenio.
Estoy de acuerdo contigo respecto de las limitaciones de la 226 bis, pero considero que aún con sus deficiencias es mejor que exista a que no. Esta iniciativa y sus debilidades me eran desconocidas hasta que recibí el llamado a acompañar a quienes la apoyaban el día que se expuso ante el Senado de la República. Pronto me di cuenta de que ofrecía ventajas y desventajas. Prometía un incremento de recursos en beneficio del teatro, a la vez que limitaba ese apoyo a la existencia de un texto dramático, una visión que deja fuera alternativas importantes en la renovación de las artes escénicas. No vi ni remotamente la posibilidad de cambiar esa condición en el momento en que se jugaba el destino de dicha propuesta. La disyuntiva era clara: o se apoyaba con esa limitación o no se apoyaba. Me pareció, como me parece aún, que una vez aprobada podía modificarse, como ha ido sucediendo con la 226, y que el beneficio en favor de una parte del teatro es positivo, de cualquier forma. Si bien el teatro de texto no es la única vía escénica, tampoco estaría de acuerdo en que su existencia es dañina. Para que la 226 bis se modifique hay que participar, proponer. Los cambios que se den en esta iniciativa de apoyo vía aplicación directa de impuestos, serán a favor de quienes se tomen el tiempo y el esfuerzo de buscar la representación de sus intereses.
Existe la idea de que la 226 bis es un avance en la deserción del Estado de su deber de estimular la existencia del teatro. Me parece exagerado, incluso un tanto extraño que la ampliación de posibilidades de financiamiento para el teatro se tome como un atentado y un signo inequívoco de clausura de subsidios. El desorden y omisiones de quienes administran el dinero de todos es posible en buena medida por el dejar hacer y dejar pasar de parte de la ciudadanía, que dedica mucho tiempo peleándose entre sí, mientras los que detentan los puestos de poder hacen y deshacen a su antojo. ¿Cuántas atrocidades no suceden en el país mientras nos lamentamos de nuestras miserias? Si quienes se dedican al teatro, conocen su importancia, no reclaman condiciones justas y viables para su existencia ¿Quién lo va a hacer? Y reclamar no es sólo descalificar, es dar seguimiento, proponer, exigir, estar ahí. Los presupuestos disminuirán sin lugar a dudas, si no se proponen programas, estrategias para que no suceda así. Y no es la 226 bis la que va a causar esta pauperización. Pensar eso es no ver el asunto en perspectiva. El todo o nada, por lo general lleva a nada. Ante la 226 bis es necesario imaginar programas que llenen los vacíos, presionar, insistir en que hay un teatro desatendido, en que hay nuevos lenguajes que necesitan estímulos, nuevas generaciones que ya no caben en los programas existentes, que hay una infraestructura subutilizada. Me parece importante pugnar por el fortalecimiento de grupos autónomos existentes, dispuestos al riesgo, dedicados al teatro, así como el surgimiento de nuevos colectivos y la descentralización de los apoyos. ¡Y qué decir de la necesidad de un diálogo más intenso y de mayor calidad con el exterior! Si por el momento existe la 226 bis como un subsidio para formas tradicionales de teatro, pues que se amplíen los presupuestos hacia nuevas poéticas. ¿Si se logró la 226 bis, por qué no se podrá lograr un apoyo específico para los nuevos lenguajes y todo aquello que falta? Negarnos a participar porque no estamos de acuerdo en algún punto, deja en manos de otros las decisiones. De esa manera estarán representados los intereses de los otros, no los nuestros. Para ver representados nuestros intereses hay que trabajar en ello. Podemos destruir los apoyos que ya se brindan al teatro, porque consideramos que se distribuyen de manera desigual y en favor de personas que nos parecen descalificables. Me parece que una mejor inversión de energía se obtendría a través de exigir que haya más recursos y que se logre una igualdad sumando, no restando. ¿Se gana más exigiendo que el dinero que ya se destina al teatro regrese a las arcas insondables, a comprar armas, a rescatar empresas quebradas, a financiar propaganda electoral simulada o cualquier otra situación ajena al teatro, con tal de que no se dé a quienes nos parecen inconvenientes entre los teatreros y de que no se destine a una forma de teatro que no es la nuestra?
Una forma de violencia con respecto al teatro, tiene que ver con su exilio lejos de las prioridades de la sociedad. En este proceso estoy segura de que ha sido determinante la actitud de buscar la satisfacción de intereses individuales, con atávico desprecio por todos aquellos que no coinciden con nuestros gustos y convicciones personales; esa práctica de dejar en manos de los demás las batallas colectivas y reprobar los resultados de procesos que en los que no participamos. Hay enormes problemas en el teatro y están ahí porque la respuesta suele ser la crítica aislada y una nula capacidad de organización, de negociación y búsqueda de consensos, de percepción de prioridades, de amplitud de miras para lograr que exista una política cultural de Estado. Con tristeza compruebo que son mucho más rápidas y taquilleras las descalificaciones de un programa para financiar producciones teatrales, porque deja fuera los intereses de algunos, que la protesta contra iniciativas como transformar los institutos y secretarías de cultura en departamentos de turismo (como ha sucedido en Veracruz, en Puebla y podría ser en breve el caso en Hidalgo), o que se destinen cantidades delirantes en estrategias de seguridad letalmente destructivas o a programas banales que alimentan el tráfico de influencias. La ausencia de propuestas concretas para que existan programas de beneficio al teatro, junto a las descalificaciones aisladas, favorece la confusión, el abuso, el descrédito de la propia actividad teatral frente a la sociedad. ¿Por qué duele más que den al teatro a que le quiten?
Como tú, no creo que la presencia de estrellas mediáticas atraigan público al teatro de experimentación, ni que deba ser una estrategia para lograrlo. Confirmo día con día que los procesos de producción del teatro son determinantes en la posibilidad o imposibilidad de renovar los lenguajes, hacer un teatro vivo. El teatro comercial carga con lastres que lo hacen innecesariamente más pobre. Así como también existe por parte de quienes se dedican al teatro de experimentación un terror ingenuo y atávico a todo lo que huele a teatro comercial y un desprecio sistemático, a priori, hacia las grandes audiencias. Hay obras mal actuadas, insustanciales, desatinadas, de pésima factura en ambos terrenos. ¿A alguien le preocupa que se invierta dinero de los impuestos que pagamos en obras que a nadie le interesa ir a ver, aburridas, inacabadas, poco rigurosas, “basureros de ocurrencias llenos de buenas intenciones” como diría Ludwik Margules? Insisto, no es con la llana presencia de estrellas mediáticas como se van a llenar los teatros, es con un acercamiento menos estereotipado a las audiencias, en busca de lo que puede resultar importante, significativo, enriquecedor para los espectadores potenciales. Creo que es momento de empezar a pensar hasta qué punto admitimos que la definición del teatro audaz, valiente útil a la sociedad es aquel que aburre tanto y aparece tan poco importante que no lo van a ver ni los familiares, amigos y colegas de quienes lo producen.
La crítica de teatro en México apenas existe. Hay mucho qué hacer en este campo. En vías de que esta actividad se profesionalice, me parecería triste que se tomaran por corrupción, omisiones o complicidades diferencias de opinión respecto del valor de una obra o de otra y la incapacidad de quienes escribimos sobre teatro de ver todo lo que ocurre y asumir la labor de ombudsman en todos los campos de la actividad teatral. Hay problemas que aludes, que refuerzan mi convicción de que debería de existir un observatorio teatral, integrado por personas dispuestas a trabajar en hacer diagnósticos y propuestas, de manera sistemática y efectiva, personas que con conocimiento de causa exijan a las autoridades culturales que cumplan a cabalidad con su trabajo y lo hagan con incuestionable transparencia. ¿Quién está dispuesto a hacerlo? ¿Quién cuenta con el tiempo y los recursos para eso? Hay investigadores que reciben dinero del gobierno para pensar el teatro, para llevar su registro. ¿No sería a esas personas a quienes correspondería en primera instancia estudiar las condiciones en las que se produce el teatro, hacer diagnósticos precisos y reclamar las incongruencias? Si no lo hacen, si no hay quien desde el gobierno se dedique abierta y sistemáticamente a señalar las deficiencias con detalle y a proponer salidas, es probablemente porque nadie puede asegurar que asumir esa labor no signifique la pérdida del empleo. Lo entiendo y por mi parte creo que ante dichas limitaciones es mejor que personas inteligentes se beneficien de los sueldos del Estado haciendo algo bueno, aunque limitado y cauteloso, a que esos puestos se dejen en manos de quienes de plano no tienen interés en producir anda.
En fin querido Rubén, a pesar de todo el horror, hay motivos para pensar que no todo está perdido. No obstante la ausencia de investigadores dedicados seriamente a señalar los asuntos rasposos de la política teatral, se ha impulsado en México la publicación creciente de textos teóricos, se recuperan importantes trabajos históricos y surgen nuevas voces en el campo del ensayo en torno del fenómeno escénico que dan motivos de aliento. Por lo demás ¿quien puede negar que el teatro continúa sucediendo y renovándose?
Un afectuoso abrazo
Luz Emilia
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