lunes, 19 de abril de 2010

una luz, un riesgo












ayer domingo apareció en el país una hermosa entrevista con peter brook en la que el octogenario artista demuestra, entre otras cosas, que la vejez no es pretexto para dormirse en los laureles, sino que sí es posible encontrar lo que, parafreseando a zeami, sería “la flor de la vida”.

luego de ser un adelantado en la construcción de un arte multicultural y después de rebasarse a sí mismo dejando atrás lo que mi blogmate llama "espectáculos megamaníacos", brook ha continuado hurgando en las contradicciones de la convivencia humana y en temas como la tolerancia, indagando “más allá del bien y del mal”:

... lo importante es saber si la vida humana, si ese misterio que forman las células y las neuronas, si ese movimiento de energía sutil que se forma a través de las fibras eléctricas... puede resultar afectado o no por algo que sobrepase de lejos esos conceptos de el bien y el mal, los conceptos más ridículos que existen.

el teatro, insiste, no es el lugar de los debates entendidos como polarizaciones, sino el espacio de la experiencia que rebasa nuestra realidad cotidiana, de manera que tampoco se puede conformar con el activismo político, pero puede estar lleno de política, en contra de aquel teatro de autosatisfacción burguesa:

yo estoy con godard cuando dice eso de "el lugar donde yo coloco la cámara es un acto político". en ese sentido, creo que todo teatro que trata de sacar a la superficie las contradicciones del ser humano, individual o colectivo, es político. esa fue la base de mi trabajo sobre la guerra de vietnam; todo el mundo nos preguntaba si estábamos a favor de los americanos o del vietcong, pero yo trataba de hacer vibrar la contradicción en ambos lados.

en la entrevista, además, encontramos una anécdota del pasado franquista español que, extrañamente, aún es actuado por cierto público mexicano:

pues resulta que una vez fui a ver una obra de shakespeare, otelo, creo que era. y el actor principal, cada vez que hacía un mutis y se iba en medio de grandes palabras y gestos, volvía al escenario... ¡para que le aplaudieran!

y, también, brook se atreve a devolverle al teatro cierta dignidad perdida entre el entretenimiento fácil y el "todo se vale", sin temor a usar términos que para los progresistas estarían ya en desuso:

yo no hago teatro para predicar ni para indicar camino alguno a seguir. y no hablaría de ingenuidad o de utopía, sino de ideales. un ideal es como la luz de un faro vista desde lejos. acercarse a esa luz exige esfuerzos extremos. y se corre el riesgo, en todo momento, de encallar o de estrellarse contra las rocas.

salud, pues, por la lucidez.

(foto: escena del último montaje de brook, eleven and twelve)

No hay comentarios:

Publicar un comentario