Hace poco más de un año, quise pasarme de listo. Por conducto de un querido amigo propuse al Festival Cervantino que me apoyaran con algún centavo para ir a Nueva York so pretexto de la presentación en Brooklyn Academy of Music de un Tio Vania firmado por Lev Dodin con su famosísimo Teatro Maly, uno de los miembros de la ejemplar red de Teatros de Europa.
Puesto que las dos veces que estuve en San Petersburgo no se me hizo verlo (algo vi en su sala experimental, pero no una puesta del célebre director), yo ya había comprado los boletos; pero sugerí que podría contactar a la compañía para una posible (y necesaria) visita a México. Los del FIC nunca respondieron ni supe más de ellos (de hecho, ignoro quien es el responsable de la selección de obras teatrales para su programación).
Lo demás puede deducirse de la ausencia de comentarios sobre esa puesta en este espacio, mientras los grandes hallazgo escénicos de ese viaje (que he comentado en Dos artistas escénicos en el MOMA, William Kentridge: un Brecht sudafricano y Marina Abramovic...) los vine a tener dentro de un museo.
Y ahora me entero que gracias a “mi recomendación” ese mismo Tío Vania, una producción del 2003, se presentará en Guanajuato el próximo mes (y vaya usted a saber si en el DF a donde no trajeron a Necrosius en ninguna de sus tres visitas consecutivas al país). Pues bien, de esta manera el Cervantino conformó una programación teatral que lo pinta de cuerpo entero: fuera del ritmo de su tiempo.
Si bien siempre se agradecerá la presencia del último Brook (y esta vez todo parece indicar que su Flauta mágica sí será la despedida de un director que se ha cortado la coleta un par de veces para volver siempre al ruedo), también es claro que en él se cerró hace tiempo un ciclo fructífero del teatro, el siglo de la puesta en escena.
Ni hablar del anunciado homenaje de la CNT a Héctor Mendoza con una obra que en su propia dirección era ya –hace 30 años- un teatro del pasado y uno de sus grandes tropezones.
Teatro canónico, teatro pretendidamente canonizador y ni un atisbo siquiera a los nuevos aires de la escena.
Desde luego –insisto- la presencia de una obra de Dodin era una necesidad en nuestro medio, pues se trata de uno de los creadores más intensos y reconocidos de la escena europea. Pero su Tío Vania, amén de las muy buenas actuaciones, su hermosa escenografía y detalles interpretativos que el interesado puede encontrar en alguna nota crítica aparecida durante su estancia en Nueva York, no depara ninguna sorpresa; ni siquiera un acercamiento tan particular como el de Daniel Veronese que pudimos ver en México, ni mucho menos un imaginario tan singular como el de Eimuntas Necrosius, cuyo propio Vania (diez años anterior a éste) sigue siendo uno de los espacios consentidos de mi museo imaginario del teatro.
El repertorio del Maly de San Petersburgo ofrecía en cambio –con el mismo esfuerzo económico y organizativo- la posibilidad de acercarnos a creaciones más distintivas del universo artístico de Lev Dodin y a formas diferentes de acercamiento al hecho escénico. Célebre en este sentido es el resultado de Gaudeamus (1990) una obra que conmovió a los públicos europeos hacia el final del siglo XX con su recurso al canto –a decir de Georges Banu- como forma de activar la memoria histórica. La clara diferencia puede ser leída en esta otra nota aparecida años antes en el mismo diario neoyorquino. O, más recientemente, el ejemplo nos lo ofrece Vida y Destino (2007), una especie de fresco a la manera tolstoiana sobre la vida en la Siberia stanlinista; basado en la novela de Vasily Grossman y la propia investigación del grupo en Narilsk, el inmenso gulag del Círculo Ártico, así como en otros campos de detención y exterminio.
Al respecto, traduzco algunos fragmentos del capítulo dedicado a Lev Dodin en el libroDirectors/Directing (Cambridge University Press, 2009), un compendio hecho por Maria Shevstova y el admiradísimo Christopher Innes alrededor de nueve de los creadores más influyentes de la escena angloparlante de los últimos años:Leímos un cerro de libros, fuimos a los archivos, encontramos fotografías y visitamos el antiguo gulag. (...) Para darles una idea de la distancia, hay siete usos horario de diferencia entre Londres y Narilsk. Es una ciudad extraordinaria que nunca debió ser construida. La gente no puede, no debería vivir ahí dados el clima y otras condiciones del lugar. Pero ahí hay unos grandes depósitos de minerales y Stalin dijo: “Aquí habrá una ciudad” y comenzaron a construirla sobre los huesos y la sangre de millones de detenidos (...) la única forma de organizar la fuerza de trabajo en ese lugar. Toda la ciudad era un gulag y gente de más de cincuenta nacionalidades vivía en esos campos y barracas.
(...) La experiencia causó un gran impacto en nosotros, fue realmente aterradora y los actores entendieron todo; nunca antes actuaron tan bien. Estaban horrorizados, viendo aquello que gente talentosa puede encontrar dentro de sí para someter a tal infierno a otra gente. (...) La première rusa la hicimos en Narilsk. Nos sentíamos obligados... Algunos sobrevivientes vinieron a vernos.
(...) El libro es una especie de La guerra y la paz. Nosotros elegimos “la paz”. Grossman también habla de paz durante la guerra. (...) Teníamos la impresión de que lo que sucede fuera de la guerra es más difícil y atemorizante para la gente. La guerra se gobierna por leyes más feroces, más unívocas y más comprensibles: uno sabe quién es su enemigo y quién su aliado. En cambio, en tiempos de paz, el enemigo está entre aquellos a tu alrededor, entre tus amigos y colegas, y cuando el enemigo está dentro de ti mismo –esto, pensamos era lo más importante. Incluso las escenas durante la guerra que seleccionamos implican asuntos de elección moral, un tema que ha sido silenciado en la conciencia de la intelligentsia rusa de hoy día; y creo que no sólo en Rusia.
(...) Siempre tuvimos que mantener en mente el hecho de que no estábamos representando una obra de teatro, sino una novela. Yo no soporto las adaptaciones, lo que implica que uno ha leído la novela, sí, pero que ahora está haciendo una obra de teatro.
En fin, dos maneras muy diferentes –aunque tal vez complementarias- de entender un hecho cultural llamado teatro. Por desgracia, sólo tendremos oportunidad de comprobar la que mejor conocemos*. Mea culpa.
R.O.
*Sirva de consuelo pensar que mientras tanto, en París, dentro del prestigiosísimo Festival de Otoño, el público podrá gozar de una creación mexicana acorde a esta otra concepción de la escena y que por supuesto no será invitada al real de ruinas guanajuatense: El rumor del incendio de nuestras “admirables lagartijas”.
qué paciencia hay que tener en este país... y la flauta, sabes si pasará por el DF? un abrazo Ruben. Agnès Mérat
ResponderEliminarhola agnès,
ResponderEliminarno, por ahora no estoy enterado acerca de la flauta, en cuanto lo sepa lo publicamos. y sí, como ves es más fácil llegar a la patagonia en una camioneta ecológica que encontrar voluntades de cambio. abrazo de vuelta
ps. la nota es del otro r.o.